Aleix Martínez Comorera
5 de mayo de 2020
Qué pena imaginar, contra todo pronóstico, tantos y tantos días que no viviré, porque alguien, quién sabe qué, me soñó de alguna otra forma: medio humano, medio animal, poco divino y muy, pero que muy mendigo; por desgracia, digo, con gracia, por suerte. Digo, por ben-decirme. Decirme es un modo de preservar-me-en-mi sueño propio, de enaltecer-me-lo y resguardarme en mi unidad simple, lejos de camas en cajeros y callejones. Solo-quiero-decirme. Con firmeza.
¡Mi unidad simple! Qué pena que no imagine, contra todo pronóstico, tantos y tantos días que no vivirá, por ser “deseo de ser” un continuo Uno –que no es–.
Porque nunca decimos sin mendigar. Endebles somos, y, aunque lo perdamos todo por un Nombre, es más pena no imaginar que imaginar con pena; de verdad. Por ello digo: la poesía es el vino de los pobres; cálido brebaje que nos arde el “nos”; adiós a los pronombres personales; saluda al viento que imagina tus posibilidades, frente a tus ojos llorosos, por caducos. Bebe con pena, digo, pero bébelo sin arrogancia.
Sin embargo, ¡oh Dios!, la poesía, en nuestro siglo, está a la baja. Motivo: escasez de imaginación. La creatividad nos ha pervertido, pues no es lo mismo ser creativo que imaginativo. Crea e imagina, luego, piénsalo.
¿Te das cuenta? Ya no sabemos, lo afirmo, ya no sabemos mendigar. Veneramos a los poetas de idioma propio, de literalidad analfabeta, del “yo” incuestionable que, lo digo con dolor, ya no se confunde con el aire que exhuma la evidente fractura de “lo real”.
Es la transparencia del lenguaje el enemigo. Es el sueño de la embriaguez lo que hemos perdido. ¿En qué momento prescindimos del rumbo que nos marcó Baudelaire? Me auto-culpo. Yo mismo creí la mayor de las estupideces: hay que “mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”; pero no, Pizarnik, no. Error, poético, pero imperdonable.
Hay que servirse de la poesía para: “see the world in a grain of sand, /And Heaven in a wild flower” (William Blake). Hay que tener talento para ello, y, lo lamento, el talento escasea hoy en día. Vean España, por ejemplo. Bien, prefiero no hablar, o, si más no, lo dejaremos por otro día. Vuelvo: en cuanto al talento, no es por falta de técnica (que también), sino –y sobretodo– por falta de sensibilidad para con el medio poético.
Primero: no hay que empezar a escribir poesía, no hay que terminar “mi” primer, “mi” segundo, “mi” tercer poemario. Se imaginan relaciones entre palabras, visiones de “otro mundo”, y, luego, se escriben poemas, pero jamás poemarios.
Segundo: no se es poeta por escribir poemas, pues no hay “yo” poético en el verdadero quehacer poético. Lo dije anteriormente, y lo repito: ser poeta es ser mendigo, y la poesía es nuestro vino.
Tercero: el “yo” no imagina, crea. Crear es re-crearse en ser “uno” mismo. La auto- exaltación es un vicio que genera lastima, al lector culto, y admiración, al lector frágil de herido-yo. ¡Como el de todos, demonios! Déjalo. Basta ya de re-afirmación.
Cuarto: el viaje es de dentro hacia afuera y de fuera hacia dentro. El viaje es la confusión de los términos “dentro/fuera”. El decir, pasa por confundirse, entre lo comprensible y lo incomprensible, entre lo humano y lo divino. El material de la poesía es “lo que acaece y lo que no”, el don, la posibilidad de coordinarlo.
Quinto: adiós a la moral. Adiós al dogma, a la doctrina, al bien y el mal. En la poesía no hay libertad de expresión, porque la pura libertad de expresión impera en ella. Por mucho que a tantos les duela, escoger, agrupar, lo que está bien y lo que está mal limita la libertad de expresión, y, precisamente, contra esto lucha el que mendiga, eternamente, por un trozo de luz medio sólido, que en sus manos se disuelve.
Sexto y último: si no lo sientes, no digas, no imagines, no escribas. No sientas pena por no soñar en la posibilidad de fundir los trozos que la naturaleza nos brinda. No sientas pena por no coordinar palabras hasta la extenuación, sin ningún reconocimiento social, ni mucho menos propio. No sientas pena, porque, de todos modos, los que se hacen decir poetas, y también los que realmente lo son, jamás cruzarán el umbral de lo propio, ni darán el salto al abismo que da sentido al viaje hacia lo nuevo.
Unos, los primeros, solo serán charlatanes, escritores mínimos que no resistirán a la década, y otros, los menos, esclavos de su talento, renunciarán a dar el salto, y se perderán, como se pierde el sentido de las palabras cuando se repiten, como siempre, a largo tiempo.
“Ô Mort, vieux capitaine, il est temps! Levons l’ancre! Ce pays nous ennuie, ô Mort! Appareillons!
Si le ciel et la mer sont noirs comme l’ancre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!
Verse-nous ton poison pour qu’il nous réconforte! Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fonde du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe?
Au fonde de l’Innconu pour trouver du nouveau!” (Charles Baudelaire: Le Voyage)