The Man Who Sold The World

David P. Zarain
27 de mayo de 2020

 

Es en las crisis donde se pone a prueba todo lo que conocemos, todo lo que creemos saber, todo lo que en definitiva somos. Es en las crisis donde uno coge por la solapa al enemigo, lo mira al rostro y actúa. Dispara ideas. 

En estos días inciertos donde la atención mediática pone el foco en el Covid- 19, donde los neo fascistas utilizan la vieja máxima, no por vieja menos eficaz, de que una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad. 

Donde las técnicas Nazi–Goebbelianas, (Adopta una única idea. Convierte cualquier anécdota en una amenaza grave. Simplifica el mensaje para llegar a más cantidad de gente. Difunde desde diferentes medios para dar una mayor apariencia de verosimilitud como si de un globo sonda se tratase. Disimula las noticias que favorecen al adversario contraprogramando con la ayuda de medios afines, etc.) fructifican adaptadas a los nuevos medios digitales con la colaboración de ejércitos de creyentes que difaman, mienten e insultan a partes iguales desde el anonimato de sus dispositivos móviles. 

Donde la individualidad se pone en entredicho frente a la masa, a la psicología de masas aplicada al individuo dejándole indefenso. ¿Acaso somos un mero objeto? Donde el recorte de libertades es flagrante por parte de los estados-nación (ese rancio y caduco concepto post-Westfaliano) y las democracias hacen aguas frente a los  ¿nuevos? temores del enemigo invisible. 

La pregunta que quizá deberíamos hacernos es: ¿dónde queda en toda esta maraña de instrumentos de control nuestra libertad? 

En esta organización racional de la sociedad, tecnócrata, donde somos franjas de edades, horarios, grupos, fases, donde la mecanización de los resortes de los gobiernos, sean del color que sean, es un leitmotiv a nivel global, donde la ideología del utilitarismo y el mecanicismo ha triunfado, donde los liberales unen sus dogmas del libre mercado a los dogmas de la fe, en una absurda ecuación. En mitad de todo este totum revolutum, ¿dónde queda nuestra particularidad como individuos? Acaso somos como un gusano kafkiano arrastrándonos por los entresijos de la burocracia, las ayudas, los ERTES, los autónomos y todos esos nombres y siglas que nos despersonalizan y alienan. 

Tanto la derecha como la izquierda, movidos unos por el utilitarismo liberal, los otros por el socialismo científico y ambos por la centralización, reducen nuestra libertad a cenizas, el individuo desaparece. 

Tal vez por eso, más allá de esta crisis del Covid, que es la punta de lanza (y en el caso de este artículo, el pretexto) de un sistema que no resuelve nuestros problemas, hay que apelar a los valores de la subversión. Hay que coger al enemigo por la solapa y en estos tiempos de crisis reorientar el cambio. Disparar ideas. 

Poner de relieve causas como la imaginación, las artes multidisciplinares, la escuela, la educación, la metáfora como fuente de conocimiento y de nuevos paradigmas, el hombre como un fin en sí mismo y no como un medio, revindicar figuras como la de un Blake que nos avisó de la mecanización del individuo en las fábricas, que se revelo contra la automatización del incipiente capitalismo «debo crear mi sistema, o ser esclavo del de otro hombre», La figura de los románticos, los simbolistas, de los escritos de H. Hesse que plantean a un hombre europeo viviendo en una nueva sociedad hecha a la medida del hombre, más irracional y menos cartesiana, por qué no decirlo. Del rio de Heráclito. De poner al consciente y al subconsciente en una relación abierta, de establecer una psicología aplicada al individuo y no a la masa (Maslow, Fromm). Figuras como la de Guy Debord y los situacionistas “Nada hay más natural que contemplarlo todo a partir de uno mismo, escogido como centro del mundo”. Devolver al hombre a una sociedad hecha a su propia escala, y atajar de manera infinitamente más natural los problemas que nos sobrevienen, el ecologismo, (están por ver las relaciones entre la situación actual del planeta a nivel de crisis climática y el Covid) los avances tecnológicos, la alienación individual, la falta de tiempo. ¿Cómo es posible que el sistema capitalista no resista siquiera un par de meses el parón en la rueda? ¿Llevamos una vida plena cuando todo lo que creemos fijo e inmutable se hace añicos en un visto y no visto? ¿En qué se basan nuestras relaciones interpersonales? ¿El trabajo? ¿La proximidad geográfica? ¿Las redes sociales? ¿Dónde queda el amor en esta sociedad de la imagen sin tiempo y sin espacios reales de confraternización? Revindicar la figura de un W. Burroughs sin dios, ni patria, ni amo, mirándote y escupiéndote en la cara algo tan simple y tan subversivo como que «El calmante más natural para el dolor que existe. Es el Amor». 

En conclusión reorientarnos hacia una nueva cultura antiautoritaria, humanística, instintiva y que apele al uso de la imaginación, de la creatividad para resolver los problemas y de las artes como medio de vida y de conocimiento. 

Es en las crisis donde se pone a prueba todo lo que conocemos. Es en las crisis donde uno coge por la solapa al enemigo, lo mira al rostro y actúa. 

 

«Who knows? not me, I never lost control. 

You’re face to face with the man who sold the world» 

 

 

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