Aleix Martínez Comorera
24 de mayo de 2020
La idea de escribir un artículo sobre la “ansiedad adolescente” me persigue desde largo tiempo –manifestación latente de mi propia ansiedad, sin duda–.
Confesiones aparte, fue anoche cuando, tras visionar el documental Everybody’s Everything (2019), decidí que había llegado el momento de dejar de fingir que no existe, que no es cierto, aquello que todos nosotros sabemos: hay un elefante en la habitación.
El documental, como podrá uno deducir por el título del texto, gira alrededor de la figura del joven cantante Gustav Elijah Åhr –mayormente, conocido como Lil Peep–.
Sin detenerme demasiado, estamos ante el prototípico documental de “vida, obra, milagros y caída de… (depositar aquí el nombre que se prefiera), y listo”; no sé si me explico.
Pero, en este caso –y sin que sirva de precedente–, hay un “pero”, y es demasiado notable, nos toca de demasiado cerca, como para evitar su contenido sin remordimiento. ¿Cuál? Everybody’s Everything (2019) es absoluta, tremenda y terriblemente conmovedor.
Para los neófitos, Lil Peep (1996-2017) fue un cantante y compositor de trap –nacido en Allentown, Pensilvania–, que falleció, trágicamente, durante la madrugada del 2017, –en Tucson, Arizona–.
Su música fue muy particular, pues supo combinar, como pocos en el panorama, elementos del punk pop y el emo rap sin desligarse jamás del sonido trapero que lo catapultó.
Para una mayor comprensión, les recomiendo que escuchen: “Witchblades”, “Beamerboy” y “Save that shit”.
In high school I vas a loner I was a reject, I was a poser
Multiple personalities, I’m bipolar
I swear I mean well, I’m still going to hell Witchcraft, love chants
Whisper in my ear, put me in a trance
Sin embargo, lo que nos conmueve de Peep no es su música –que, más o menos, va a gustos–, ni el documental –que lo encumbra sin demasiados miramientos–; lo que nos conmueve de Peep no es su muerte –a la temprana edad de 21 años–, ni su causa –una sospechosa sobredosis de Xanax–; lo que, definitivamente, nos conmueve de Peep son las pruebas fácticas del estado de la salud mental de Peep, –siendo éste, aún, Gustav Elijah Åhr–.
Lo que más nos conmueve de Gustav Elijah Åhr es que Gustav Elijah Åhr fue, simple y llanamente, la cara visible de un problema generacional al que, recientemente, también apuntó la serie de la HBO, Euphoria (2019); un problema que, en mayor o menor medida, todos nosotros compartimos, y que, nos parece, hasta cierto punto, irremediable. ¿No lo sabéis? Hay un elefante en la habitación.
¿Desde cuándo está aquí? ¿Nadie lo ve? ¿Nadie lo quiere ver? Creo que no. ¿Padres y madres? ¿Estado? ¿Educación? Dulzura extraviada, dulzura sometida; futuros, ¿dónde? Futuros a la deriva.
Siento decirlo así, pero es cierto; hoy en día, como mucho, somos capaces –como ya dijo Jameson– de imaginar “el fin del mundo”. Y… ¡y lo intento! Juro que lo intento, lector, pero… Un momento. ¿Alguien dijo… futuros? No. ¿Alguien…? No. ¿Dónde? No. Allí sigue, allí seguimos, junto a nuestro elefante semi-privado.
Evidentemente, a nadie le interesó nunca pensar en él; tampoco a nosotros, no seamos hipócritas –claro que, pensándolo bien, menos aún nos lo permitieron–. Recuerden: ¿qué pasó con el bueno de Gregor Samsa? ¿Y si la condición de aquél viajante-insecto era, básicamente, una condición-de-enfermo-depresivo-sin-objeto-definido? No hace falta señalar un “objeto” con el dedo, “¡mira, aquí!”, ni establecer una lógica causal e identificar la presencia del elefante para saber que aquí hay un elefante; de hecho, ni siquiera es posible, porque, como brillantemente apuntó mi adorado Mark Fisher, si algo hace bien este sistema (¿ya le llamamos realista capitalista?) es sembrar efectos sin dejar rastro de las causas (¿ya les llamamos asesinos?)
Dicho esto, la música de Lil Peep es, nos guste o no, la música de nuestra generación. Una generación sin voz, que, desgraciadamente, cree hablar mediante altavoces transmedia o días puntales de “brutales” manifestaciones (nótese la ironía).
Nadie lo quiere ver, porque nadie se atreve a preguntar. ¿A qué no, Lil Peep? Ni siquiera ser una estrella del pop y gritar delante de un micrófono fue suficiente. Claro que… ¿hay alternativa? Un momento. ¿Te imaginas…?
Lo siento, pero no. No imagino, porque, a día de hoy, no hay alternativa. Estoy solo, rodeado de gente, como todos aquí, conviviendo con un elefante que se esconde porque jamás, nadie, pensó que pudiera estar allí; porque nadie, jamás, quiso que yo pensara que podría estar aquí.
Descansa en paz, Lil Peep –quizá, pronto, alguien quiera hablar de ti–.











