¿Ser un feministo?

José Antonio Valerio Campos
30 de mayo de 2020

 

Comencé a tomar conciencia del Feminismo tarde ya en la vida debo admitir, iniciaba mis estudios de licenciatura en Derecho y recuerdo con nitidez la primera vez que vi un contingente organizado de mujeres protestando; fue afuera de la Facultad, eran alrededor de diez mujeres que gritaban consignas contra un grotesco concurso. “Señorita Derecho”, así llamaban a una especie de miss universo donde había votación, pasarela y hasta fotografías en bikini. Como recién ingresado en agosto, viniendo de una escuela privada y católica, en una Facultad y ciudad igual de conservadoras, era yo más bien indiferente a este tipo de eventos. Honestamente poco sabía de feminismo y tampoco tenía un gran interés en el tema, pero la inmensa pasión que aquel grupo de mujeres transmitía al gritar sus consignas, la dedicación que ponían a explicar sus razones y la rabia mostrada cuando hombres se acercaban a increparlas despertó en mí el interés. Luego de esto, llegó el segundo semestre, en una escuela de derecho tan tradicionalista y recalcitrantemente positivista me topé con algunxs profesorxs rebosantes de ideas frescas y críticas, visiones desafiantes que derribaron paradigmas que consideraba incuestionables. Una doctora, de nombre Queletzú, me maravillaba por cómo podía hablar por horas sobre la historia del Derecho desde la perspectiva Feminista: fue en su clase donde esa pregunta que da título a este artículo se plantó por primera vez en mi cabeza. A partir de esos momentos, me puse a escucharlas con atención.

Así fui vagando, en charlas de café, en las aulas y en lecturas por el tema, y junto a mí -o yo junto a ellas-, un sector de la escuela comenzó a hablar sobre Feminismo, no siempre en las circunstancias más amigables ya que uno de los detonantes fueron los graves problemas de acoso y hostigamiento sexual, que de manera lamentable persisten actualmente en la Universidad. Esto plantea grandes cuestiones: ¿Los hombres pueden ser feministas? ¿Los hombres deben ser feministas? Antes de intentar responder tengo que reconocer que no soy imparcial y he elegido un bando incluso antes de escribir esto. No pretendo descubrir la pólvora con las palabras que aquí estoy plasmando, pero hablando desde mi -poca o mucha- experiencia, creo que podría esclarecer algunas cosas.

A grandes rasgos y generalizando, los hombres suelen adjudicarse el calificativo de “feministas” o “aliados” de tres maneras. La primera es levantándose el cuello, esperando ver en alguna mirada admiración por atreverse a hacer semejante revelación, como si confesaran tener la clave para acabar con el mal que azota al mundo entero. Esto lo suelen hacer con un espíritu paternalista que les hace sentir como El Caballero a punto de salvar a la damisela en peligro. La segunda es por miedo, especialmente cuando se ven rodeados por un discurso que no entienden, aunque siguen siendo los mismos machitos de siempre y, ni siquiera se hayan cuestionado su actuar, les aterra perder cierta validación: misma validación que tampoco quieren perder con sus pares masculinos comportándose con las nocivas maneras de toda la vida.

La última, la más horrible de todas, y quizá una combinación de las anteriores, se materializa en el repugnante ser humano que gusta de fingir la tolerancia, en el “deconstruido” que no deja de pensar en sexo a cada momento, un pobre diablo fantasioso buscando el favor de sus “compañeras de lucha”. De esos he conocido un par, si bien todas las clasificaciones son mejor mal ejemplo que personas realmente comprometidas, esta última resulta especialmente nociva para quienes, con buenas intenciones -aunque tontamente- intentamos acercarnos a las ideas feministas y lo digo a sabiendas -¡madre!-, de que he pecado de la primera de ellas en algún momento.

No podemos esperar educación por parte de las mujeres feministas acerca de este tema, es asunto nuestro y sólo nuestro el leer, observar y cuestionarnos. Hombre, si te interesa el tema un buen punto de partida es buscar la información tú mismo y después de eso, tomarla en serio, preguntarte qué estás haciendo y qué en ello está mal. Ellas no están obligadas a contestar nuestras preguntas estúpidas o enfrascarse en absurdos y estériles debates surgidos de nuestra ignorancia o la “buena ondez” que deseas transmitir. Mucho menos pertinente es pedirles que modulen sus palabras para hacerlas más atractivas y comprensibles para el público masculino en general, comprendamos que ellas no están haciendo un infomercial. Nuestra labor, si en verdad estamos comprometidos, es ponernos como cualquier persona a estudiar.

Dejemos en claro que participamos todxs en estructuras de poder, muchas veces no las vemos o no queremos ver, tampoco podemos escapar de ellas sin crear otras que no llegasen a ser abusivas o violentas en algún punto. No se trata de censurarnos o quedarnos callados cuando estamos frente a mujeres hablando de feminismo, pero comprende que el vocero no eres tú. El gran desafío somos nosotros mismos, si no hablamos frente a “nuestros pares” de todo esto, si hacemos la vista gorda a conductas inapropiadas, entonces ¿qué esperas aportar? ¿Cómo es que existen miles de violadores, y ninguno es conocido nuestro? Enmudecemos en las conversaciones que cosifican a las mujeres en nuestras narices o peor aún, seguimos siendo partícipes, criminalizamos sus protestas, no escuchamos ni tomamos en serio a las mujeres cuando comparten sus opresiones, no exigimos a los gobernantes mejores políticas públicas para equidad de género, es más, a veces ni siquiera votamos. Seguimos yendo al table dance y a bares que dan barra libre a las chicas, no paramos en seco al amigo, tío, padre o hermano cuando vocifera discursos intolerantes y machistas. Todo esto y más se sigue haciendo bajo la bandera de “aliado”, porque nos han enseñado que al no participar en esas actividades ritualistas, quedamos excluidos por quienes sí lo hacen, dejamos de ser uno de Esos, lo suficiente al menos para sentirnos coadyuvantes en la lucha Feminista, porque ser hombre se demuestra y re-muestra ante los demás, no se es “macho” si otro no te confirmó como tal, y manteniéndote al margen, como por arte de magia, no lo eres más para ellos.

Esto me lleva de inmediato al otro punto que quiero argumentar acá: considero urgente revisar y darnos cuenta de los privilegios que “gozamos” por el sólo hecho de ser hombres, para después de esto, hacer algo con ello. De hecho, pensándolo bien, el poder escribir esto que ahora están leyendo, libremente, sin rascar heridas profundas, sin ponerme en una situación vulnerable, es ya un privilegio. Desmontar algo tan complejo como el patriarcado no es tarea fácil y lamentablemente, desde dentro, donde la visión es tan corta, no se puede hacer. Saberte dentro de una estructura que desde el principio por el solo hecho de ser hombre, más allá de cualquier otra condición, te pone ya algunos escalones por encima de otras, es un avance insuficiente; hay que aprender qué hacer con ello, eso es lo verdaderamente complicado.

Viene a colación la formación de nuevas masculinidades como alternativa a lo ya dicho. Cuando hablo de esta “confirmación” y “demostración” del ser “hombre”, así como el reconocimiento de nuestro privilegio, el debate muchas veces recae en cosas tremendamente banales, no por no ser importantes, sino por su nula practicidad cuando se requieren cambios estructurales en la sociedad heteropatriarcal en la que vivimos. Tomo por ejemplo algunos talleres y cursos que he tomado acerca del tema, cuando con frecuencia, quien se encuentra al frente del salón expone, en algún punto y más temprano que tarde, algo relacionado al llanto masculino. “¿Por qué no nos permiten llorar en público? ¿Por qué no nos abrazamos los unos a los otros?”. Y a partir de allí comienza una serie interminable de peroratas, dando a entender que lo que como hombres nos ha verdaderamente dañado, es no estar en contacto con nuestro lado “femenino”. Sin darse cuenta de que siguen construyendo al “varón” en una dicotomía macho/hembra en la que, en múltiples ocasiones, lo masculino es intrínsecamente opuesto a lo femenino. Esa respuesta simplista: “integrar” aspectos “femeninos” a nuestra vida diaria, me parece inútil en la medida en que no seamos conscientes de lo que esto lleva detrás, en tanto en cuanto no nos eduquemos con teoría feminista y, no seamos capaces de reconocer que la lucha que las mujeres están llevando a cabo es legítima, justa y liberadora para nosotros también. Nuestra tarea en primera instancia, y que aún después de tantos años no hemos entendido, consiste en: sentarse y escuchar, cuestionar e incitar al otro a hacer lo mismo. La revolución feminista, por más utópica que pueda parecer, se ha convertido en la única manera imaginable de vivir.

Entonces, discutamos de las responsabilidades de la paternidad, de la sexualidad sin abuso y control, del panorama que esto representa al “cortejo” de una pareja sexual y/o afectiva, del comportamiento y acoso callejero, del abuso de sustancias como el alcohol o drogas para demostrar valentía, de los supuestos crímenes que se cometen al honor -una falta terrible es que nuestras parejas sean infieles, imperdonable de su parte, algo “natural” viniendo de nosotros-, nuestro consumo insano de pornografía, de la participación en actividades ilícitas con tal de proveer al hogar -porque si uno no cumple ese rol, no sirve como hombre-. Un sinfín de temas sobre los que es urgente reflexionar y modificar nuestro poco autocontrol, aquel que se pierde ante numerosas situaciones, ante la mínima interacción con el alcohol o incluso ante el mandato de una erección que ¡dios guarde la hora en que se desperdicie!

Hay nuevas preguntas que surgen cada día, igual de importantes: ¿cómo podemos, los hombres, que fuimos educados y hemos aprendido inevitablemente, con y para continuar el patriarcado, construir una nueva masculinidad? ¿Cuál es el rol del Feminismo en la determinación de lo anterior? ¿Debemos pedir ayuda a las feministas en esta tarea? Me toca hacer estas preguntas respondiendo la que plantee en el segundo párrafo: ¿pueden los hombres ser Feministas? No, por ahora.

Para finalizar, siguiendo con la historia del terrible concurso de “belleza” de mi Facultad, en aquel -ahora parece lejano- dos mil trece, debo decir que lamentablemente no consiguieron poner fin al certamen. Sin embargo, los organizadores modificaron la dinámica a una más progre, según ellos, pero que realmente sólo encubría la misoginia. Pasaron cuatro años más, cuatro protestas más, cada vez con más participantes, para ponerle fin de una vez por todas a esa indignante tradición. Afortunado fui de compartir espacios con todas ellas.

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