Eduardo Gutiérrez
14 de abril de 2020
Coronavirus y filosofía, ¿una relación forzosa?
Desde el “aburrido acostumbrarse” del confinamiento, que diría T. S. Eliot, son muchos los que le requieren de la filosofía una suerte de Teoría General del Coronavirus, los que esperan que la “intelectualidad” nacional o internacional se exprese sobre el asunto. Se conoce que ahora la gente tiene mucho tiempo libre, y no se le ocurre otra cosa mejor que hacer. Ahora, en uno de los peores momentos por los que atraviesa la filosofía, se la reclama. La dolorosa realidad de la hipocresía.
He leído a algunos de estos filósofos, lo que diré a continuación es un intento de articular conceptualmente la crispación que ha producido en mí esta lectura.
Aquí he de reconocer que estos comentarios, al menos los de los filósofos mainstream, tuvieron ocasión durante los primeros días de confinamiento (en España) y de pandemia mundial. No obstante, este hecho no hace sino intensificar la gravedad del asunto. Algunos han acertado, otros muchos han fallado. Y los primeros no lo han hecho por mayor inteligencia, ni los segundos por menos. Es cuestión de azar, como sucede en todo contexto con un grado de incertidumbre elevado, como éste que constituye el objeto de la reflexión filosófica.
Hay tres variables con las que hemos de contar necesariamente cuando nos disponemos a pensar sobre el coronavirus, nos centremos en la temática que queramos (política, sociedad, ciencia, vida y muerte, aislamiento obligado, redes sociales, etc.). Hemos de contar necesariamente con ellas en tanto en cuanto son partes formales, elementos decisivos que definen la profundidad del problema al que nos enfrentamos. Estas tres variables son las siguientes: desconocimiento sobre el tiempo que durará la pandemia, actuación de los Gobiernos nacionales no homogénea ni coordinada interestatalmente, y desconocimiento acerca de la gravedad real a la que nos enfrentamos (número de muertes y países totales afectados, en una sola palabra). La combinación de estas variables da como resultado un clima de incertidumbre completa que hace que lo que ayer era cierto hoy sea desmentido por los propios hechos. Toda reflexión acerca de este contexto es, dadas estas variables, una reflexión a ciegas.
En razón de lo último expuesto, y como conclusión de las lecturas realizadas, solo puedo decir que sería mejor mantenerse a la espera, parapetado en la ciudadela interna del «sí mismo», leyendo, investigando y (después) pensando. Ocupándose del mundo, por supuesto que sí, como siempre hemos hecho los filósofos, pero con paciencia y cautela. Porque a esos filósofos que se han pronunciado o que se pronuncian ahora solo les he leído tópicos típicos que se han convertido en lugares comunes en las redes sociales (va a nacer un nuevo hombre; es el fin del neoliberalismo; nos convertiremos en una sociedad menos materialista; es el tiempo del socialismo, etc.), palabras vacías, ideas descontextualizadas y opiniones faltas de sistema. En cualquier caso, hablan por hablar, precipitadamente y a petición de un público aburrido que siquiera sabe qué es ni para qué sirve la filosofía. Hablan vacío.
O si no, y peor todavía, devienen en profetas de los nuevos tiempos que vendrán tras la pandemia. Así no se hace filosofía. Así solo se vulgariza la labor filosófica. Quizás sea el efecto de la sociedad del consumo sobre la filosofía académica, que obliga a los filósofos a lanzar «clickbaits» para llamar la atención del público, no sé. O que los filósofos se han convertido en extranjeros de su propia disciplina, y no saben sino moralizar y tratar de decirle a la gente lo que tiene que pensar, o directamente lo que piensan, creyéndose filósofos-reyes o vaya usted a saber qué suerte de iluminados.
Podríamos clasificar a estos filósofos en dos tipos: los dogmáticos, que hacen uso de los hechos relacionados con la pandemia coronavírica para darle legitimidad objetiva a sus teorías; y los oportunistas, que aprovechan esta situación para adherirse a la posibilidad futura más compartida y esperada. Estos tipos son ideales, porque no que resulta difícil encontrarlos en su estado más puro. Dos ejemplos: ejemplo de dogmático sería Slavoj Zizek, que a colación de la pandemia recupera sus viejas ideas sobre la pronta hegemonía del sistema socialista; y ejemplo de oportunista es Byung-Chul Han, que profetiza un capitalismo salvaje totalitario que repite las tesis de Huxley y Orwell. Personalmente, no sé quién de los dos tendrá la razón, si es que la ha de tener alguno. De acuerdo con lo que he dicho anteriormente, creo que es algo que todavía no puede saberse (aunque las últimas noticias sobre la alianza tecnológica entre Apple y Google me hacen pensar que quizás el filósofo coreano tenga “más fortuna” en su predicción).
Por lo pronto, sobre lo que podría y debería hablar el filósofo es sobre el modo como las ciencias operan en conjunto para adquirir un conocimiento profundo del virus, sobre la gestión política y administrativa de los gobiernos de turno, sobre la experiencia pandémica del pasado, el lugar que ocupan hoy las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, etc. O sobre el modo como ciertos conceptos cambian de significado, sobre las nuevas formas de relación social o sobre cómo ciertas ciencias acuñan nuevos sentidos para conceptos inveterados. Sobre el mundo operatorio efectivo, no sobre el mundo que vendrá, ni sobre el que se supone que es (pero que solo ellos, que han leído mucho, verdaderamente lo saben). Será cuando todo esto pase cuando la filosofía (el búho de Minerva, que decía Hegel) pueda pensar, desde los límites de las ciencias y sobre sus conceptos, qué ha sido del hombre y del mundo (antrópico).
La Teoría General del Coronavirus es una Teoría Antropológica, y a posteriori. Hasta entonces, mejor estarse callados y atentos.