Victoria Gómez
29 de mayo de 2020
Tengo mis creencias, mis valores, mis ideas. Y eso nadie lo va a cambiar, ni siquiera yo misma. No lo permitiré. Ni tan solo ese pensamiento rápido que me contradice… ¿Y si no estuviese de acuerdo conmigo misma? Pero no. Me deshago de ese pensamiento y gracias a eso sigo en consonancia con mis creencias, mis valores, mis ideas. Todo en orden de nuevo.
Todos nos cuestionamos a nosotros mismos algunas veces, pero la mayoría pensamos que, si tenemos una forma de pensamiento, cualquier indicio de contradicción propio derrumbará lo que hemos construido en nuestra mente durante años. Muchos nos cerramos a eso, a analizar si estamos de acuerdo con lo que hemos “acordado” con nosotros mismos que son nuestros valores y, al final, estamos atrapados sin poder salir. Esto me recuerda a algo de la situación actual… ¿acaso siempre estamos confinados en nuestra forma de pensar?
De hecho, a veces, es mucho más dura la autocrítica que la crítica de los demás y es por eso que nos falta libertad para explorar si otras creencias, valores o ideas son más acordes con nuestro yo del momento. Porque todos evolucionamos, tenemos etapas, vivencias, pasamos por experiencias positivas y negativas que nos van a moldear como personas. Y suele pasar que cuesta mucho admitir que hemos cambiado porque se relaciona con hacerse mayor y en realidad lo que nos cambia es la experiencia, no el tiempo en sí. Pero si lo que conseguimos con la experiencia es, entre otras cosas, la capacidad de relativizar, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con los muros que hemos levantado en nuestra cabeza?
Y además hay ocasiones en las que pensamos que tenemos unos valores como, por ejemplo, que somos respetuosos con los demás en cuanto a diferencias culturales, de raza, de religión, de ideología, de clase e incluso de edad y después realizamos acciones o expresamos comentarios o simplemente tenemos pensamientos fugaces de los que comentaba al principio que nos hacen ver que igual no somos tan abiertos con las personas diferentes a nosotros mismos. ¿Qué pasa entonces? Pues le quito hierro al asunto decidiendo que, bueno, que <<no es para tanto>>, <<yo soy buena persona al fin y al cabo>>, etc. O ni siquiera tengo ese pensamiento fugaz y mi idea de tolerancia está equivocada con el término objetivo, y no pasa nada. Pero solo en el caso de mí misma, porque me viene bien para no sentir esa contradicción. Ahora bien, si el que se contradice es otro, por supuesto que lo voy a juzgar.
Pero más allá de todo esto están las típicas manías, costumbres del día a día, y formas de hacer las cosas que nos limitan: si a mí (de cara a mí misma y a los demás) no me gusta una conocida marca de cerveza española, nunca podría admitir que la he bebido y me ha gustado, porque en -la construcción de mi- realidad, a mí esa marca no me gusta. Pero el caso es que me supo tan buena… bueno, quizá no estaba tan buena, es que tenía sed…
O cómo me va a gustar alguien de menos edad si a mí siempre me han gustado mayores… solo me parece guapo, simpático, agradable, divertido, atractivo, me gusta estar con él, pero no me gusta, claro. Solo hago lo imposible por coincidir con él y por hacerme notar, porque no me hace ni caso… pero cómo me va a gustar, si es más joven que yo. A mí más jóvenes no me gustan, no os engañéis (que ya me engaño yo sola).
En definitiva, estamos hablando de disonancia cognitiva.
Se puede ver que nos viene bien deshacerla en el sentido de que existe un estrés psicológico y al impedirnos la contradicción lo estamos eliminando. Pero, ¿es necesario deshacernos de esa disonancia? ¿Por qué? ¿Acaso los niños también la sufren o no es inherente al ser humano?
Hay una fábula que dice que había una zorra en el bosque y vio un racimo de uvas, pero no podía alcanzarlas. Entonces, despreció las uvas pensando que no estaban lo suficientemente maduras. Esas uvas tenían un raro parecido al chico joven…
¿No sería mejor relativizar y abrirnos a esa contradicción, a pensar más, a sopesar esas creencias, valores e ideas de tanto en tanto?
Y aquí es cuando me acuerdo de un capítulo de la serie Friends donde Phoebe rechaza la teoría de la evolución que tan fervientemente defiende Ross. Cuando consigue hacerle ver que es posible que se demuestre en un futuro, como sucedió en el pasado con otras teorías de grandes pensadores (como la de que la tierra era plana), que la suya estaba equivocada, entonces Phoebe le dice a Ross que es ahora cuando le ha perdido el respeto porque él ha dejado de defender sus creencias.
Entonces, ¿qué hacemos?
Ahora mismo, quedarnos en casa, respetar las indicaciones del gobierno y de los servicios de salud (aunque no seamos capaces de admitir que estamos de acuerdo con ellos) e intentar ayudar a los demás en lo que podamos. Después, ya podremos seguir contradiciéndonos a diario.











