Coral Bullón
17 de abril de 2020
La interpretación de las obras de arte (o piezas artísticas, o contenido cultural, ya no sabemos cómo llamarlo) da muchos dolores de cabeza. Y muchas peleas dialécticas. Subamos al ring…
A mi derecha, muchas dicen que la obra de arte, una vez realizada y lanzada al mundo, es objeto de todas las interpretaciones que deseamos darla, primando subjetividades por encima de la propia intencionalidad del autor.
A mi izquierda, otras defienden que el origen de la obra recae sobre la autoría, del concepto que estuviese manejando el autor mientras su elaboración. Su intencionalidad está intrínseca porque es quien lo hace y quien lo dota de significado.
También, el autor puede expresar abiertamente que esa pieza se ha hecho sin intención alguna (y ya esa no-intención es una intención pero no voy a meterme en esto) y aunque nos la lance y nos diga “hala, aquí lo tenéis, disfrutadla”, en muchas ocasiones somos las observadoras/receptoras/lectoras de esa pieza las que exigimos saber, conocer los porqués y objetivos de esa obra. ¡No se puede hacer algo si no es por otro algo! Nosotras mismas nos mordemos la cola una y otra y otra vez. Recae sobre nosotras la maldición hermenéutica.
No sabría decantarme por ninguna, el debate está vigente y peca muchas veces de hacerse un artsplaining. Pero, ¿qué pasa cuando pese a este cenagal de interpretaciones/no interpretaciones se abre paso el discurso reaccionario?
Obviamente, la libre interpretación es un caldo de cultivo perfecto para llevar a su campo cualquier tipo de texto u obra. Más aún si, por los tiempos que corren, el Cntrl + S es de cliqueo rápido (o el Imp Pnt, que también), o demás comandos de copiapega que son tan accesibles para coger solo lo que nos sirve de unas cuantas líneas de texto digital. Y tergiversarlo. Más allá del copyright, hay verdaderas facilidades para obtener datos desde la pantalla desde donde estás leyendo esto. Así de simple. Pero yo quiero centrarme en lo gráfico.
La sustracción de imágenes en las plataformas digitales es el pan de cada día. “Lo has publicado”, “lo has hecho público” es la trampa. El contenido al estar al alcance de todos hace que, siguiendo este discurso, se retuerza hasta el punto de apropiarse y dotar de otros significados a esas imágenes. O de manipularlas.
Hace apenas unos días que el partido de ultraderecha española VOX publicaba en su cuenta de twitter dos fotografías, de la calle Gran Vía de Madrid y del hemiciclo del Congreso de los diputados respectivamente, abarrotadas por cientos de ataúdes cubiertos con la bandera constitucional española. Claramente, la fotografía era un montaje que se habían encargado de hacer con un fácil manejo del Photoshop, evocando una metáfora sobre las muertes que está generando el Covid-19 en España y que “los medios pretenden ocultar” junto con “los errores del gobierno”. El autor de la fotografía de la Gran Vía, Ignacio Pereira, rápidamente manifestó su descontento señalando esa manipulación y pidiendo la retirada de esa imagen si no querían que recurriera a medidas legales por robo de contenido. Obviamente, como si hablase con una pared, no la han retirado ni piensan hacerlo.
Este autor explicó a los medios de información – a los que llegó el eco de la noticia de igual forma que ha podido llegar a nosotras – que esta fotografía, realizada los primeros días del estado de alarma a mediados de marzo, era solo un retrato de la realidad, de la calle más transitada de Madrid completamente vacía, anomalía resultante de esta situación excepcional.
Él lanzó al mundo esta instantánea y, antes de este suceso, ya hubo multiplicidad de interpretaciones. Recuerdo que, algunas personas, señalaban al único caminante que aparece en la fotografía, un repartidor de Glovo, como un síntoma capitalista claro, en el que la explotación laboral todavía obligaba a que estos falsos autónomos trabajasen – a pesar del estado de alarma – en las mismas condiciones que se han denunciado en otras ocasiones sobre esta empresa. Muy similar está la imagen de otro rider atendiendo a encargos con una barricada en llamas de fondo en las revueltas de Barcelona de octubre de 2019. Otras, por otro lado, ven esa figura un reflejo de la lucha obrera en (a pesar de) tiempos de crisis. Otras, otro reflejo de solidaridad, de comunidad al obedecer y hacer real el mensaje de desasosiego pero esperanza del #QuedateEnCasa. Y otras, de simple y descomunal vacío ante una profunda incertidumbre y soledad. Quizás los más románticos – en el estricto sentido de historiador de las artes – comparen esta imagen con un paisaje de Friedrich, cambiando las ruinas por edificios alzándose sobre espacios desolados.
Si ya teníamos este cúmulo de interpretaciones, la adición de los ultraderechistas ha sido la gota que ha colmado el vaso. Ha sido su interpretación de la imagen – que dentro de los marcos de la foto-denuncia y el apropiacionismo no sería denunciable, pero de la denuncia pertinente de Pereira no se van a salvar -, una más, al fin y al cabo. Una interpretación más muy problemática, porque ellos sí tenían una intención, la de provocar, es la base de su
discurso político. Es por esto por lo que el autor también se ha posicionado y ha reclamado su autoría, porque no respondía a su ideología y no se quería ver involucrado con el grupo político antes mencionado. También muchas personas, atentas a los sucesos, le han increpado a él directamente por ser el autor y, en su lógica, que era él quien había hecho la manipulación de su propia imagen. Pero tampoco este autor señaló a las demás interpretaciones como erróneas, siendo también algunas de otras ideologías.
Por supuesto, esto no es una defensa de ninguna de las partes, esto sirve sólo como un ejemplo al debate que se lleva arrastrando desde hace años, ¿debemos tener en cuenta todas las interpretaciones que se pueden hacer de una pieza artística? ¿debemos tener en cuenta al autor de la obra sí o sí a la hora de establecer los discursos sobre ella? ¿Hay una libre interpretación real? ¿Dónde empieza y acaba la legitimidad de una interpretación?
…Choose your fighter.