Tarantino se marea con la sangre

Rafa G. Bonilla
30 de marzo de 2020

Hay miedo, ¿eh?

No te preocupes. Es una reacción normal.

Cuanto más tensa es una situación más razones hay para temer algo, y la coyuntura que nos ocupa es tirante como no hemos visto otra. Por eso este miedo no es el estándar, no es ese que has sentido al ver una película de terror: descolorido y lejano, enmarcado en una pantalla con el logo de Netflix al principio y al final.

No.

Este es más real, más fáctico. Este está vivo, respira entre nosotros; este se puede oler con nitidez. Este hace daño.

Hasta aquí de acuerdo: peligro engendra miedo.

El dilema surge cuando uno se plantea qué hacer con este miedo, hacia dónde dirigirlo o cómo utilizarlo, pues también puede ser, en determinadas situaciones, una herramienta útil.

Aquí veo tres opciones: evasión, bloqueo o confrontación, las tres bien claras y delimitadas. Ninguna es mejor que la otra y cada una tiene su parte positiva y su parte contraproducente. Cada opción es aconsejable en según qué circunstancia, dependiendo de cuál sea el peligro que nos provoque ese miedo.

La primera, la evasión, se considera generalmente como símbolo de cobardía, pero también denota prudencia. «Huyó como un cobarde» frente a «retírate hoy para poder seguir luchando mañana». ¿Quién podría decir cuál es más acertada? Solo se puede dar una respuesta razonada si se sabe la condición que ha provocado tal huida. Este es el miedo de la gacela, legítimo y lógico, si se pone uno en su lugar. Tan antiguo como el mundo. Lo atestiguan, que se me ocurran ahora, aforismos tales como corre por tu vida, corre y no mires atrás, huye, cobarde, y tantas otras frases hechas que forman ya parte del imaginario de cualquiera. Legítimo y lógico, como digo, porque seguramente será la primera opción de la lista, tomada de manera inconsciente y en décimas de segundo, en la cabeza de cualquiera a quien sorprenda un peligro real.

Luego está la inacción, el quedarse paralizado sin saber muy bien cómo reaccionar, lo cual guarda una estrecha relación con esconderse, con cerrar muy fuerte los ojos y esperar que la amenaza pase de largo. La imagen de una res inmovilizada por el terror en el medio de las vías mientras la locomotora se aproxima vertiginosa, pita y le da ráfagas con sus focos, es una imagen que a cualquiera le sonará familiar, o quizá esa otra del avestruz con la cabeza metida en un agujero (mito del todo inexacto, por cierto), convencida de que si ella no puede ver el mal, el mal tampoco podrá verla a ella. No nos confundamos, la inacción no es tan mala como aparenta, y en ciertas ocasiones se plantea como la mejor opción. Tampoco es síntoma de pereza o indecisión, pues el propio hecho de elegir no actuar constituye en sí mismo una decisión tomada y una acción realizada.

 

Y como tercera opción aparece, cómo no, la confrontación, que he dejado para el final por ser mi favorita (y la de la gran mayoría), ya que es la más atractiva visualmente, la que nos han vendido como buena. No es mi favorita por eso, por ser la que aparece en las películas (si te fijas, prácticamente en todas de una u otra manera), sino porque creo que es la que transforma a las personas de manera individual, la que nos hace superarnos, y de ese modo transforma también para mejor al conjunto, a la humanidad entera. Me gusta pensar que gente a la que admiro, grandes figuras que han triunfado ya sea moral, artística o intelectualmente, han llegado a ser quienes son, a cambiar la sociedad, a crear esas obras de arte o esos prodigios de la ciencia, gracias a enfrentarse a sus miedos, a luchar contra ellos y derrotarlos, cada uno al suyo.

Y así fantaseo con que El Bosco le tenía miedo a los infiernos, Rosa Parks temía al hombre blanco y a Sigmund Freud le espantaba terminar devorado por sus propios sueños. Sueño que Elon Musk teme quedarse sin ideas, que a Cervantes le horrorizaba volverse loco y que en las pesadillas de Ada Lovelace o Vitalik Buterin aparece de manera recurrente un mundo analógico y centralizado. Y si estoy en lo cierto, puestos a rizar el rizo, seguramente Gandhi comenzara siendo un misántropo, da Vinci un necio, e incluso puede que Tarantino se maree con la sangre.

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